En estas fechas navideñas, cada año nos vemos en la tesitura de enfrentarnos a la organización de una mesa especial, particularmente la de Nochebuena.
Ese día es habitual que nos quedemos a cenar en casa, de hecho apenas abren locales de restauración, son días de familia. Por esta razón, en el caso de contar con él, el servicio también suele ausentarse. Así pues, nos enfrentamos al reto de cada año.
Lo primero, buscar una mesa de tamaño adecuado, vestirla con un mantel que cuelgue (si son varios, que sean del mismo tono) y a ser posible dotarla de un muletón lo que moderará los ruidos, golpes en la mesa y, de paso, evitará que algo al derramarse se extienda sobre toda la superficie de la mesa.
La decoración, acorde a un día especial, pero sin ser barroca. Preferibles unos frutos secos sobre pétalos simulados de rosas o acebo que un Papa Noel de tamaño real. Nada de ornamentos, tipo candelabros, que impidan la visión de los comensales, ni flores, hierbas o ramas que tengan fragancia para evitar interferir con los de la comida. Sí, señores, el olfato es imprescindible en la comida para apreciar matices.
Los cubiertos, de manera tradicional, nunca más de seis sobre la mesa. Sabemos que gusta sacar la cubertería de la abuela, pero la pala de pescado no pinta nada en la mesa si no hay pescado.
Sobre la vajilla, un día tan especial, sería recomendable un bajo-plato, sobre el el trinchero y, sobre éste, el hondo, si hiciera falta. Éste nunca irá directamente sobre el bajo-plato.
Los platos deben guardar una distancia de unos 45 centímetros unos de otros, y a unos tres centímetros del borde de la mesa, tres dedos.
La cristalería, en la tónica de la cubertería. Ya sabemos que quien más y quien menos ha ido a la República Checa pero copas, dos: la de agua y la de vino. Si se cambia de vino, se cambia de copa, pero no es plan de tener el muro de Berlín en cristal de Bohemia delante de nosotros por muy bien que quede al vestir la mesa.
Continuará...
Ese día es habitual que nos quedemos a cenar en casa, de hecho apenas abren locales de restauración, son días de familia. Por esta razón, en el caso de contar con él, el servicio también suele ausentarse. Así pues, nos enfrentamos al reto de cada año.
Lo primero, buscar una mesa de tamaño adecuado, vestirla con un mantel que cuelgue (si son varios, que sean del mismo tono) y a ser posible dotarla de un muletón lo que moderará los ruidos, golpes en la mesa y, de paso, evitará que algo al derramarse se extienda sobre toda la superficie de la mesa.
La decoración, acorde a un día especial, pero sin ser barroca. Preferibles unos frutos secos sobre pétalos simulados de rosas o acebo que un Papa Noel de tamaño real. Nada de ornamentos, tipo candelabros, que impidan la visión de los comensales, ni flores, hierbas o ramas que tengan fragancia para evitar interferir con los de la comida. Sí, señores, el olfato es imprescindible en la comida para apreciar matices.
Los cubiertos, de manera tradicional, nunca más de seis sobre la mesa. Sabemos que gusta sacar la cubertería de la abuela, pero la pala de pescado no pinta nada en la mesa si no hay pescado.
Sobre la vajilla, un día tan especial, sería recomendable un bajo-plato, sobre el el trinchero y, sobre éste, el hondo, si hiciera falta. Éste nunca irá directamente sobre el bajo-plato.
Los platos deben guardar una distancia de unos 45 centímetros unos de otros, y a unos tres centímetros del borde de la mesa, tres dedos.
La cristalería, en la tónica de la cubertería. Ya sabemos que quien más y quien menos ha ido a la República Checa pero copas, dos: la de agua y la de vino. Si se cambia de vino, se cambia de copa, pero no es plan de tener el muro de Berlín en cristal de Bohemia delante de nosotros por muy bien que quede al vestir la mesa.
Continuará...
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